Creo en los karmas, en la vara que mide, en la libertad, en mi esposa, en mi madre, en mis hijos y en lo que mis veinte mil millones de dólares puedan hacer para mantenerme vivo y feliz al lado de ellos. También creo, y firmemente, en mis enemigos. Ellos son la razón de ser de mi guerra. Ellos no mienten cuando se ofrecen a liquidarme sin contemplaciones ni me ofrecen la posibilidad de saber qué piensan y qué quieren de mí. Me dicen Capo a secas, como si sólo existiera uno en la vida. Yo preferiría que me llamaran Pedro Pablo, sin arandelas, porque ya no tengo mucho tiempo para disfrutar los títulos que me ha otorgado el poder y como ni los grandes imperios ni los grandes próceres de la historia escapamos del designio infalible de la muerte, siento la mía ahora más cerca que nunca gracias a que mi socio y yo hemos decidido que sólo uno de nosotros viva para reducir a las autoridades las posibilidades de encontrarnos y evitar que uno de nosotros se quede con todo a cambio de delatar al otro. Nos batiremos en un duelo a muerte dentro de muy poco.
La fórmula es sencilla: Sé enamorarlas a primera o cuando menos a segunda vista. Sé quedarme dentro de ella. Sé interpretar sus gustos. Sé explorar sus debilidades. Sé morir por y para ella y vivir por y para ella. Sé doblegarme ante sus caprichos y sacrificar mi felicidad y mis afanes por los suyos. Les digo lo que quieren oír, les ofrezco lo que siempre han soñado. Les doy lo que quieren ver, lo inalcanzable. Las sé llevar hasta donde su imaginación ni sus sueños pueden llegar. Las recorro con las yemas de mis dedos o a veces con la punta de mi lengua y les hago el amor hasta las lágrimas, hasta que prefieran la muerte a vivir sin mí. Sé amarlas, sé mimarlas, sé que sus senos no se hicieron solamente para lactar. Sé que sus piernas no sólo sirven para correr, sé que su vagina no sólo está hecha para parir, sé que sus bocas no sólo se hicieron para tragar. Sé llevarlas al cielo, sé dar amor, sé demostrarlo en el momento justo y todo esto te será demostrado.