Con el tiempo ella fue haciéndose cada vez más y más fría. El no tenía más remedio que ajustar su termómetro para no congelarse en el proceso. La pregunta era: ¿Hasta dónde podría ajustarlo?
Un día se fueron a dormir más tarde que de costumbre. El agotamiento mental de él lo hizo entrar en un sueño tan profundo, que no sintió cuando ella se levantó. Al despertarse notó su ausencia, una ausencia diferente a la de aquellos días en los que la encontraría haciendo el desayuno.
Miró a su lado el papel que contenía su sentencia de muerte:
“Más allá de mis caprichos hay un lugar,
al que tú nunca podrás llegar,
no porque sea difícil,
ni muy especial,
sino porque te falta eso…
que ni la poesía puede nominar.
Buena suerte en el Armagedón.”
Aturdido, sacó su pistola del cajón y por 7ma vez se disparó a la cabeza. Esta vez fue diferente… no falló.