Cuando a John Dillinger le preguntaron por qué robaba bancos respondió: Porque ahí está el dinero.
Tratemos de dejar por un momento lo lógico de la respuesta a un lado y miremos el aspecto elegante de la misma: una pregunta desconcertante no se puede responder de ninguna otra forma que no sea con una respuesta innecesaria.
Preguntar únicamente lo necesario, más que una ciencia, es todo un deporte. Requiere de mucha práctica y el entorno no ayuda porque es una maña muy contagiosa. Cuestionamientos mortales como “¿Por qué no me llamas?” se adhieren fácilmente a nuestro vocabulario haciendo que nuestras conversaciones sean totalmente triviales.
Hasta lo desconcertante tiene profundidad filosófica: “¿Ya no me quieres?” Veamos el diagrama de flujo para esta absurda pregunta.
No importa la respuesta el resultado es el mismo. ¿Por qué no utilizar la misma cantidad de minutos preguntando qué tal tu día?
Bueno… en realidad esa pregunta también era innecesaria porque es obvio que cuando se llega a esas interrogantes es que ya no hay nada más interesante de qué hablar. ¿Para qué seguir hablando? Eso sería una excelente pregunta.
En estas situaciones, una buena pregunta sería aquella que logre ponerte a fumar un cigarrillo imaginario en 20 segundos. ¿Y una buena respuesta? La que obligue a cambiar todas las preguntas.
Referencia: El libro de las preguntas desconcertantes – José Muñoz Pedón