Sin poder admitirlo, por orgullo o vergüenza, Michelle había llegado a una conclusión difícil, cruda y hasta un poco cruel: Estaba locamente enamorada de su amigo. Lo incómodo de esto no era que nunca le había cruzado por la cabeza; era el hecho de pensar que al sucumbir ante esta irresistible idea entraría en un mundo totalmente desconocido para ella: una relación con fecha de expiración en la que al final del día, si no daba la talla, tendría que responderse cientos de preguntas desconcertantes.
Con él era prácticamente imposible un one night stand o por lo menos eso creía ella. ¿Noviazgo? Sería como proponerle pasaporte dominicano a un europeo. Las posibilidades apuntaban hacia una relación abierta, de esas que si llegas a una edad avanzada le cuentas a tus niet@s.
Ahora… la estrategia.
Recordó aquella conversación en la que le preguntó ¿Qué es lo primero que ves en una mujer?
-Amigo:Céteris páribus… el pelo, su mirada y sus pies. [Más que un fetish, el amigo había elaborado toda una teoría sobre los pies de una mujer.]
-Michelle: ¿Algo más?
-Amigo: Como en ciertos momentos me entra un aire de profesor, me gusta verla mal acompañada. Aunque he aprendido que si está muy mal acompañada simplemente no es selectiva y pierdo el interés.
Procedió a buscar el mejor payaso de su closet, su vestido azul y unos tacos que hasta el simple hecho de mirarlos por unos segundos causaba un dolor enorme. [Excusa perfecta para prescindir de ellos la mitad de la noche]
Todo estaba en su lugar: un grupo pequeño, alcohol, música, payaso en mano, peinado y pies a la expectativa… ¿inconveniente? Esa noche su amigo tenía Poker Night.