El Capo

Carta del Capo a Marcela Liévano

Lo primero que tengo que decirte es que no es cierto que la maldad humana no tenga límite, yo los conozco. Confieso que he pisoteado a medio mundo, pero todos lo han merecido y lo he hecho a mi modo. Con odio pero con respeto. Con decisión pero sin sangre. Con sangre fría pero con dolor ajeno y compasión.
Soy el delincuente más grande de todos los tiempos, pero no porque sea el que más crímenes atroces haya cometido. Lo soy porque he sido el más astuto para transitar por entre los bosques de la ilegalidad sin que los lobos del sistema me engullan.
Perdonarás mi falta de modestia pero es algo que mis mismos enemigos reconocen. Es un imperio maligno que he tratado de aliñar con una larga estela de bondad que me llevó a compartir mis riquezas, que no son pocas, con aquellos a quienes los dueños del poder decidieron un día marginar de toda posibilidad de bienestar, como si la felicidad fuera un bien exclusivo de los corruptos.
Jesús es el único ser diferente a mi familia en quien creo.  No creo en las casualidades de la vida, no creo en la suerte, no creo en el destino, no creo en el diablo, no creo en las premoniciones ni en el paso desafortunado por debajo de una escalera ni en el martes trece. No creo en la sal ni en la mala suerte ni en el gato negro ni en el espejo roto. No creo en los políticos que deciden el rumbo del mundo jugando al poder, llenando sus bolsillos con la comida de sus hermanos más débiles y hablando más de la cuenta con palabras rebuscadas para despistar a sus adeptos y confundir a sus detractores.
Creo en los karmas, en la vara que mide, en la libertad, en mi esposa, en mi madre, en mis hijos y en lo que mis veinte mil millones de dólares puedan hacer para mantenerme vivo y feliz al lado de ellos. También creo, y firmemente, en mis enemigos. Ellos son la razón de ser de mi guerra. Ellos no mienten cuando se ofrecen a liquidarme sin contemplaciones ni me ofrecen la posibilidad de saber qué piensan y qué quieren de mí.
Me dicen Capo a secas, como si sólo existiera uno en la vida. Yo preferiría que me llamaran Pedro Pablo, sin arandelas, porque ya no tengo mucho tiempo para disfrutar los títulos que me ha otorgado el poder y como ni los grandes imperios ni los grandes próceres de la historia escapamos del designio infalible de la muerte, siento la mía ahora más cerca que nunca gracias a que mi socio y yo hemos decidido que sólo uno de nosotros viva para reducir a las autoridades las posibilidades de encontrarnos y evitar que uno de nosotros se quede con todo a cambio de delatar al otro. Nos batiremos en un duelo a muerte dentro de muy poco.
No fumo, no consumo drogas… son dañinas. No tomo café, bebo Whisky todos los martes de cada semana mientras contamos los cerros de dinero que hemos conseguido con mi socio y soy un infiel consumado.
Soy el mayor y más descarado conquistador de mujeres que ha nacido en Antioquia. Don Juan DeMarco y Giacomo Casanova morirían de envidia al saber con cuántas y con cuáles mujeres me he acostado.
La fórmula es sencilla: Sé enamorarlas a primera o cuando menos a segunda vista. Sé quedarme dentro de ella. Sé interpretar sus gustos. Sé explorar sus debilidades. Sé morir por y para ella y vivir por y para ella. Sé doblegarme ante sus caprichos y sacrificar mi felicidad y mis afanes por los suyos. Les digo lo que quieren oír, les ofrezco lo que siempre han soñado. Les doy lo que quieren ver, lo inalcanzable. Las sé llevar hasta donde su imaginación ni sus sueños pueden llegar. Las recorro con las yemas de mis dedos o a veces con la punta de mi lengua y les hago el amor hasta las lágrimas, hasta que prefieran la muerte a vivir sin mí.
Sé amarlas, sé mimarlas, sé que sus senos no se hicieron solamente para lactar. Sé que sus piernas no sólo sirven para correr, sé que su vagina no sólo está hecha para parir, sé que sus bocas no sólo se hicieron para tragar. Sé llevarlas al cielo, sé dar amor, sé demostrarlo en el momento justo y todo esto te será demostrado.
Gracias @m&m