Pero en Ugarit las reglas del juego son distintas.
No desteje ella una forjada labor en base a paciencia.
Mil puntos de cruz, señalando la miniatura, jamás
se deshacen, nunca indican el regreso eternamente.
En Ugarit ninguna mujer espera, estoy seguro, después
que sin necesidad te conviertes en guerrero fiel.
Aquí nadie aguanta, y Krizia Abascal no es excepción,
veinte años de ausencia. Quien se fue debe alimentarse
de más batallas, de sus redaños en lucha feroz.
No desbarata el mantel ni deshace ella la puntada.
Si esto es una prueba, no lo acepta su honradez ardiente.
Corrieron los hombres, a raudales, sobre una mesa
desnuda y ese lecho en estro, y como poeta y leopardo
hembra enamorados, se estremecen fervientes caudales,
siempre a su aire, sin soñar cicatrices de tu regreso.
Mañana sabrás que Krizia Abascal, fogoso amanecer,
desconoce permanecer intacta. Cuando un guerrero
concibe su ristre lleno de espadas, es tarde para la temeridad.
Antítesis de quién aguarda un amor tigre que sale
a matar, a tumbar esperanzas, a socavar murallas,
desafía ella, como debe ser, resultados ficticios que vienen,
y sucede en toda guerra, envueltos en primicia beligerante,
en ese informe igual que racimo por entregar.
Yo, Atahir, estandarte tuyo soy mientras todos te tildan.
Juan Monegro
Poema IX, Libro Segundo. Cantares de Atahir.
Imagen: Melissa Viñas.