Esto del bilingüismo se nos dio mal, muy muy mal. No fuimos capaces de llegar a un acuerdo. Ella queriéndome en español y odiándome en inglés; yo atrapado en una especie de esperanto. “Slow down” parecía ser la traducción de “No te escucho bien, habla más alto por favor”. Las muletillas volando de una idea a la siguiente, mientras en lo más profundo de nuestras cabezas continuaba la incesante búsqueda del argumento que solucionaría el conflicto de una vez por todas. Hasta la nimiedad más pequeña tiene algún significado existencialista cuando la encuentra un poeta. No soy poeta, ni quiero serlo, pero me fascina ver el lenguaje como ellos. Entender que “I love you” pesa más que el casi siempre precoz “te quiero” y aprender a vivir con la desgracia de que en inglés no existe una merienda que aguante el hambre hasta un “te amo”. Mi lado salvaje no necesita palabras, le basta esa mirada lubricada con algún Malbec. El amor pierde sentido cuando la costumbre llega a la fiesta y apaga la música. Los silencios se tornan insoportables, dando paso a la necedad de llenarlos con cualquier absurdo que aparezca. Para sorpresa de nadie, llegamos al punto en el que las diferencias ya no se podían resolver haciendo lo que ella llamaba “sweet-sweet love”, ese punto en el que todo va a juicio de fondo; con el agravante de que se me había quedado la paciencia en algún país del caribe. Agotados los “but umm” sólo queda decir “adiaŭ”.
Foto por Herz.Eigen