Sentía una atracción desenfrenada por ciertos tipos de piedras. Era su secreto mejor guardado. Si en su camino alguna le llamaba la atención, tenía obligatoriamente que intentar recogerla.
Muchas veces las encontraba sin proponérselo mientras caminaba acompañada. Disimulando la excitación que le provocaba descubrir una nueva piedra, la ignoraba temporalmente para recogerlas más tarde a escondidas, sigilosamente, sin dejar testigos de tan curiosa pasión.
Después de tantos años era experta ocultando su necesidad de recoger piedras. Lo que inició a sus once años como un simple juego, en su vida adulta se convirtió en una adicción mezclada con pensamiento mágico.
No las coleccionaba. Generalmente le bastaba con ver en qué estado se encontraba la parte inferior, la que no se puede ver a simple vista mientras están concentradas formando parte del paisaje.
Ser magna cum laude con varias maestrías no la detenía de hablar de vez en cuando con el universo a través de piedras. –“¿Me conviene salir del país a hacer este curso?” – Una piedra limpia significaba que tenía que ser recogida, llevada a casa y formar parte de su jardín indefinidamente, entonces la respuesta del universo en ese caso era “No”. En cambio, una piedra sucia era un claro mensaje de que debía dejarla atrás y realizar el proyecto personal.
Era muy práctica para pedir deseos a estrellas fugaces y demasiado lógica para seguir religiones, lectura de cartas y horóscopos. Las piedras, sin embargo, podía verlas, tocarlas y, después de una buena lluvia, sentir la humedad junto a ese olor casi metafísico.
[…] Piedras, hombres, la palabra que se use da igual… para entenderla hay que estudiar el conjunto, no su próxima movida.